viernes, 19 de diciembre de 2014

Parte 4: El Duelo

“No supe que Juan me había sacado los ojos hasta unos días después. Me enteré de casualidad, cuando una amiga me dijo que la policía andaba buscando mis ojitos. ‘¿Qué ojos?’ le pregunté, y me empecé a tocar la cara desesperadamente por primera vez. ‘¿Es que no te han dicho?’ me comentó ella, ‘te sacó los globos oculares’. Yo efectivamente no podía ver, pero hasta ese momento tenía la esperanza de que me hicieran una cirugía que me permitiera recuperar la vista.
Me descontrolé. Grité: ‘¡Que se muera, quiero que se muera!’ y sacudí la cama de pura rabia, agarré la camilla y la azoté contra la pared. Estaba desesperada pero no por el hecho de estar ciega sino porque no podría ver más a mis hijos. ¿Cómo iba a cuidarlos? Las enfermeras entraron y me dieron un calmante las dos veces que tuve estas crisis. Trataban de consolarme. Pero aunque me dijeran que los iba a poder tocar, oler, sentir, escuchar, nada me calmaba el hecho de no verlos crecer, jugar, reír. Es un dolor tan grande, sobre todo por mi hijo menor al que alcancé a aprovechar tan poco, porque tenía cinco meses cuando me pasó esto. Michi, además, es el único de mis tres hijos que sacó mis ojos celestes. Y ya no puedo disfrutarlo, no puedo mirarlo.
No me resigno a eso. Es como vivir un luto. Me siento viviendo un duelo por haber quedado ciega de un segundo a otro y más encima en manos de la persona que supuestamente prometió quererme, cuidarme y respetarme toda la vida. La persona en la que alguna vez deposité mis sueños y que ahora ni siquiera está para decir: ‘chuta, la cagaíta que me mandé’.Cuando me dijeron que a Juan lo habían matado los carabineros de un balazo tras su huida, no me sentí mejor. Habría preferido que quedara vivo y sufriera por el resto de su vida por lo que hizo. Y que, como yo, tampoco viera a sus hijos porque estaría en la cárcel”.
TESIS
“Los primeros días no tenía ánimo de nada. No quería pararme de la cama. Tampoco quería hablar. Pero con el tiempo la balanza se empezó a inclinar hacia otro lado, al lado de ‘esto no me la va a ganar’. Cuando me llevaron al tercer piso, a recuperación, y me dijeron que me pondrían unas prótesis oculares antes de darme el alta, pensé: “esta vez me voy a levantar y me voy a bañar sin ayuda, sola”. Escuchaba la tele para no sentir desolación en las noches, cuando el silencio se apoderaba de mi habitación. Comencé la terapia sicológica y a tomar antidepresivos y pastillas para dormir y empecé a sentirme mejor. Cuando los iris para mis prótesis llegaron desde España y me las implantaron, el 27 de noviembre de 2013, estaba lista para irme a la casa y enfrentar la realidad.


El mismo día que recibí el alta, en la noche, me fui a la casa de mi amiga Lua a terminar la tesis de parvularia que nos había quedado pendiente. Y el 18 de diciembre me titulé con nota 7. Tenía razones para echarme a morir, podría haber abandonado todo, pero no quise quedarme estancada. La gente se sorprende de verme en pie, pero es que yo tampoco sabía que tenía tanta fuerza”.




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