M
“Ese 8 de septiembre fue uno de esos días en que nos fue a visitar. Cocinamos ñoquis juntos en la casa de mi mamá, era un día normal. Como a las 18 horas, y antes de que llegara mi hijo mayor, Alan, de la casa de su papá, dejamos a Ignacio con mi mamá y salimos con Michi a comprar pañales. Como su camioneta no partió, fuimos en el BMW rojo de mi hermano. Cruzamos de sur a norte la ciudad. A mitad de camino me pidió que pasáramos a buscar efectivo a la casa que compartíamos antes de separarnos. Entonces, empezó la pesadilla.
Siempre les digo a mis amigas que cuando sientan miedo pongan atención porque ese miedo está advirtiendo algún peligro, pero cuando yo tuve esa corazonada, ya era demasiado tarde para reaccionar. Lo percibí cuando llegamos a la casa y él me obligó a bajarme del auto. Juan encendió la radio y subió el volumen. Y, de repente, sus ojos estaban desorbitados, idos. Ya no era el mismo Juan del que me había enamorado y sus celos aparecieron con mucha fuerza en ese momento. Estaba enfurecido, imaginando cosas que no existían, decía que el Michi era hijo de otro, que con quién había estado anoche, que lo estaba engañando, que era una tal por cual.
Me dio un combo en la mejilla izquierda tan fuerte que la hinchazón fue inmediata y apenas podía hablar. Luego me agarró del hombro derecho y me tiró al piso donde me golpeó la cabeza. Nunca perdí la conciencia, pero sí quedé atontada. Lo último que recuerdo fue que tomó un cuchillo de mango naranja… entonces vi la última imagen de mi vida: era mi guagua recostada en el sillón, con los ojos achinados, mirándome, hermoso. Luego, todo se fue a negro por completo.
No grité, no pataleé, no me defendí. Al contrario, me mantuve allí, callada, paralizada. Temía que le hiciera algo a Michi. Algo me decía que intentar contradecir a alguien que está mal de la cabeza podía ser peor y que era mejor seguirle la corriente.
Juan me subió al auto, y con una toalla sobre la cara que él me puso, sentada en el asiento del copiloto, me llevó en busca de quienes él imaginaba que eran mis amantes; yo llevaba en brazos a mi guagua. El primero, Mario Wolf, yo apenas lo ubicaba, pero sabía que vivía solo a unas cuadras de la casa de mi madre y por el mismo Juan sabía que se dedicaba a comprar vehículos baratos para arreglarlos y luego venderlos a un precio más alto, porque hace rato que quería cambiarle la camioneta. Con esa excusa Juan lo llamó ese día, deben haber sido aproximadamente las 21 horas. Apenas salió Juan le dijo que entrara al BMW de mi hermano. Mario se sentó en el asiento del piloto; Juan se quedó afuera y le disparó en la cabeza. Cayó muerto dentro del auto y Juan lo empujó a la calle. Yo estaba en shock.
Unas cuatro cuadras más allá, volvimos a detenernos, esta vez en la casa de Claudio Sandoval, a quien sí conocía de hace más de 12 años porque es el cuñado de mi hermano. Nuevo balazo. Estaba desesperada. Aterrada. Pensé que Claudio había muerto, pero después supe que sobrevivió y había quedado tetrapléjico porque el disparo fue en el cuello. Ahí le imploré a Juan que nos dejara con mi guagua en el hospital”.
“Juan tomó un cuchillo… la última imagen que vi en mi vida fue a mi guagua recostada en el sillón, con los ojos achinados, mirándome, hermoso. Luego, todo se fue a negro por completo”.
DEAMBULAR A OSCURAS
“Fue el bebé el que me salvó a mí. Cuando Juan nos dejó en las cercanías del Hospital Clínico de Magallanes lo abracé fuerte y le dije que estaríamos a salvo, pero como no veía nada, en lugar de acercarme a la entrada del hospital, me fui para el lado equivocado y el terreno se volvió súper disparejo. Me agarré de una reja que había, pero me encontré con un desnivel y me caí y la guagua lloró muy fuerte. Entonces decidí no avanzar más y quedarme ahí, en ese hoyo, con él. Deben haber sido las 22 horas porque empezó a hacer frío y me saqué la chaqueta para abrigarlo. Comencé a gritar por ayuda y a tratar de levantarme pero ya no tenía energía, había perdido mucha sangre.
e aferré a Dios. ‘No
te preocupes papito, que Diosito va a mandar a alguien a buscarnos’, le repetía
a Michi. Pasaban las horas y trataba de mantenerlo tibio, dándole besos y calor
con mi boca, sintiendo que el sueño me vencía, pero su llanto me hacía
reaccionar. Hacía frío; era una noche escarchada en Punta Arenas. A las siete
de la mañana del día siguiente una señora de una lechería de los alrededores
escuchó mis gritos y dio alerta a los guardias del hospital. Para entonces mi
bebé estaba con hipotermia y fue hospitalizado en la Unidad de Pediatría donde
fue vigilado las 24 horas por un guardia, mientras a mí me llevaban a la UTI y
luego a cirugía donde también había alguien supervisando la entrada todo el
tiempo. Dos días después del ataque, el 10 de septiembre, cumplí allí, 33 años”.“Fue el bebé el que me salvó a mí. Cuando Juan nos dejó en las cercanías del Hospital Clínico de Magallanes lo abracé fuerte y le dije que estaríamos a salvo, pero como no veía nada, en lugar de acercarme a la entrada del hospital, me fui para el lado equivocado y el terreno se volvió súper disparejo. Me agarré de una reja que había, pero me encontré con un desnivel y me caí y la guagua lloró muy fuerte. Entonces decidí no avanzar más y quedarme ahí, en ese hoyo, con él. Deben haber sido las 22 horas porque empezó a hacer frío y me saqué la chaqueta para abrigarlo. Comencé a gritar por ayuda y a tratar de levantarme pero ya no tenía energía, había perdido mucha sangre.
Conciencia a la sociedad..
ResponderEliminarConmovedora historia.... Y a la vez muy fuerte.... Devemos de abrir nuestra conciencia y no permitir que cuyas cosas acontescan...
ResponderEliminarAsi es gran ejemplo de lucha y superación!!
ResponderEliminar